junio 01, 2011

El Jardin de Infantes de los Emprendedores

No todos los emprendedores son iguales, ni comparten los mismos problemas y desafíos. Sin embargo, muchas veces hablamos de ellos como si así lo fueran –por ejemplo a la hora de diseñar apoyos para su crecimiento y de profesionalización–.

Esto es especialmente importante en tiempos en que la actividad emprendedora se ha vuelto una niña mimada. Agencias del estado, organizaciones sin fines de lucro, corporaciones sectoriales, fondos de capital, medios de prensa, y escuelas de negocios, cada uno desde su espacio natural y con sus recursos, buscan promover la concepción, nacimiento, y desarrollo de emprendimientos.

Aceptemos, para evitar por el momento una discusión que desarrollaremos en otro artículo, que los emprendedores son pichones de empresarios, en el sentido de tener potencial de convertirse en empresarios –o en empresarios más grandes si el punto de partida fuera una empresa ya establecida–. En ese contexto, vale la pena explorar el origen de los habitantes de este “jardín de infantes”:

Desde el garage. El inicio más clásico y poético. Las mejores historias, las más queribles, las más inspiradoras. Emprendedores que han comenzado en un dormitorio transformado en cuartel general, un garage vuelto planta de producción, un rincón con un teléfono hecho oficina comercial. Y unas pocas herramientas que con el tiempo se van transformando en leyendas: una computadora XT 8086, una valija con muestras, un teléfono, unas monedas ahorradas o prestadas, y poca cosa más. La clave suele ser una combinación de inspiración y transpiración.
Cuando el emprendedor cuenta con un apoyo inicial sustancioso, usualmente por parte de la familia, el arranque se acelera en forma proporcional a los medios, y los riesgos de mortalidad infantil se reducen, por acceso a mejores oportunidades, mejores equipos, etc. A cambio de esta comodidad el emprendedor debe renunciar a parte de la leyenda y se convierte además en blanco potencial de críticas envidiosas: “bueno, el papá lo ayudó a que no tenga que empezar de abajo…”

Plan de negocios “de libro”. Dos o tres buenos amigos, típicamente compañeros de estudios o de trabajo, resuelven cambiar sus carreras como empleados de empresas y crear la suya propia. Muchas veces el haber participado de un programa de formación directiva intenso, como un MBA, planta la semilla del deseo emprendedor. Su idea de negocio es demasiado elaborada como para comenzar “desde el garage”, y además ya no se sienten tan jóvenes como para un inicio tan arriesgado. Pero tampoco cuentan con un tío rico que les permita abandonar sus cómodas posiciones profesionales, y sus ahorros no son suficientes. Por lo tanto, utilizan sus contactos y habilidades para presentar sus planes de negocio para intentar seducir a inversores u otras agencias de promoción, apoyo, y financiamiento.

Esta forma de iniciar una vida empresarial a veces sufre una indeseable mutación genética, que podríamos denominar “el eterno incubado”. El proyecto de negocios es seductor y consigue éxitos rápidos en el circuito que los agentes de promoción ofrecen a los iniciados: concursos de emprendimientos y/o innovación, incubadoras. Si son los suficientemente hábiles, incluso logran financiamiento en forma de capital de riesgo y de préstamos blandos (no reembolsables). Sin embargo, los meses pasan y no consiguen liberarse del cómodo útero de la probeta: no hay clientes, no hay ventas, no hay crecimiento. 

Segunda generación (o tercera). Un tradicional negocio familiar, próspero y rentable en su época, que luego de un par de décadas ha perdido buena parte de su esplendor, quizás por falta de inversión, quizás por cambios en las preferencias de los mercados, y muy posiblemente porque las ventajas competitivas originales ya no son útiles. El mérito del heredero es comprometerse lo suficiente en un negocio aparentemente caído, tanto como encontrar formas de renovarlo y transformarlo –cambiando las categorías en las que se compite–, expandiendo la línea de productos y servicios, o creciendo mucho más de lo que sus padres o abuelos nunca hubieran imaginado.

Comprar y levantar. El cambio de carrera soñado para un profesional, después de suficientes años como gerente de varias empresas, incluyendo alguna familiar: comprar una de ellas y convertirse en dueño. La oportunidad suele aparecer en un sector en que el profesional ya ha jugado, y conoce a varios de sus jugadores principales. La empresa suele ser una empresa tradicional, con una trayectoria relativamente larga, y con alguna dificultad –que el nuevo emprendedor explica en las capacidades limitadas de la gestión anterior–. El proceso de recuperación se apalanca en la propia auto-confianza del nuevo director, en su probada experiencia en roles comerciales y de dirección general, y en su habilidad para idear e implementar soluciones donde otros vieron el vaso medio vacío –incluyendo formas de comprar con poco dinero efectivo–.

Spin-off. Otro destino posible para profesionales después de varios años de carrera técnica o gerencial: independizarse de una empresa mayor. El proceso suele incluir apropiarse de algunos activos de la empresa original, con su consentimiento o sin él: personas, equipos, líneas de productos o servicios, e incluso clientes. Cuando el spin-off es “por las buenas” y se trata de servicios, la empresa original suele convertirse en el primer cliente. Cuando es “por las malas”, se transforma en un competidor.

El integrador. No transpira –al menos no en el sentido convencional–, no hereda, no compra, y tampoco frecuenta los círculos para novatos aspirantes a emprendedor, ni utiliza sus herramientas. En cambio, tiene una habilidad singular para animarse a detectar y desarrollar una oportunidad de un proyecto que muchos verían como demasiado grande, generalmente sobre una idea inicial basada en conocimiento privado. Luego, es capaz de seducir a terceros que aportan todo lo necesario para llevar a cabo el emprendimiento: capital para comenzar, más capital para seguir, permisos, acuerdos, contratos, exclusividades, y otros recursos. Su mayor esfuerzo es asegurar la consolidación de los aportes, típicamente materializado en lobby y relaciones públicas. En términos financieros, el apalancamiento respecto a sus propios recursos es infinito…

El emprendedor serial. Para algunos emprendedores el futuro soñado no termina al convertirse en empresario. Como Peter Pan, prefieren mantenerse en la “niñez” empresarial y volver a comenzar todo desde el principio. ¿Por qué lo hacen? No lo sé. Quizás sea la esperanza de aprovechar las lecciones –de éxitos o de fracasos– tan duramente aprendidas, o la propia excitación de vivir nuevamente la aventura de iniciar otra empresa, o simplemente es lo que sabe hacer mejor.
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El camino de emprender es algo más que historias épicas. Hay varias formas de iniciarse, y todas válidas, aunque unas parezcan públicamente más sexys que otras. En cualquier caso, el mapa no es el territorio.

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