(escrito con Leonardo Veiga)
En una reunión social con un ejecutivo extranjero de una importante organización internacional, uno de los asistentes lo consultó sobre las cosas buenas y malas que encontraba en Uruguay. La lista de las buenas fue generosa y hablaba de un país humano, sólido y estable. La lista de las malas fue corta pero contundente: “los uruguayos vuelan bajito”.
El diagnóstico le cabe perfectamente a las empresas uruguayas; salvo raras excepciones, no se transforman en grandes empresas multinacionales y la mayoría de los nuevos emprendimientos no nacen con vocación “de comerse el mundo”. El desafío tiende a ser rápidamente contestado con el argumento cultural: “es que los uruguayos somos así”, como si fuera algo impreso en nuestro código genético. En realidad, la acusación es algo injusta. Bajo la denominación genérica de “emprendedores” solemos agrupar a especies muy diferentes.
El sobreviviente
Para empezar, están aquellos que emprenden por necesidad – porque no encuentran una mejor fuente de ingresos. La investigación del capítulo local del GEM (http://www.gemconsortium.org/) indica que casi el 40% de los individuos con actividad emprendedora son en realidad autoempleados; de estos, más de la mitad estima que empleará menos de dos personas en un período de 5 años; el resto, ni siquiera es capaz de estimar cuantos empleará. Su actividad es en términos prácticos similar a la de un empleado, solo que en régimen de independencia. Salvo excepciones, estas personas –micro-emprendedores, no procuran crear empresas, sino simplemente sobrevivir.
Entre los emprendedores que sí tienen vocación de tener empresa, si miramos con atención, podemos distinguir tres tipos: los “inventores”, los “esforzados”, y los “empresarios”.
El inventor
El emprendedor inventor se lanza a partir de un producto o servicio novedoso, y con un potencial económico prometedor. Suelen ser sólidos en temas tecnológicos, pero carentes de formación ejecutiva, y con deficiencias en temas comerciales, financieros y de gestión de recursos humanos. Su pecado más frecuente es enamorarse del producto o la tecnología, e ignorar las necesidades del cliente, aun cuando este le señala insistentemente que necesita algo diferente a lo que el emprendedor concibió. El siguiente pecado es la tendencia a subestimar todas aquellas actividades de la empresa distintas de lo técnico o productivo, léase: anteponen lo que los apasiona a lo que deben hacer. Muchas empresas pequeñas del sector software caen en este tipo. Llevan años intentando crecer, pero da la impresión que dan vueltas sobre sí mismos.
El esforzado
El emprendedor esforzado no se caracteriza por la originalidad de su emprendimiento, sino por el esfuerzo y esmero que aplican. Muchas veces la competitividad inicial de la empresa está apoyada, literalmente, en el esfuerzo de varios miembros de la familia, trabajando agotadoras jornadas por retribuciones exiguas. En otras épocas, era la historia de muchas panaderías, restaurantes y carnicerías, fundadas por inmigrantes. Es la realidad de miles de pequeños comercios, importadores, agencias de servicios profesionales, y otros tantos emprendimientos muy dueño-dependientes.
El empresario
El emprendedor empresario, a diferencia de sus otros colegas, suele disfrutar de unos talentos naturales – llámese olfato comercial, instinto de negocios, “apertura mental”, don para tratar personas, y por qué no, hambre de grandeza…. Y cuando no, compensan con formación gerencial. Este tipo de emprendedores suelen incorporar en sus negocios alguna dimensión innovadora. Quizás no tan radicales como las de los emprendedores inventores, pero son muy receptivos a todo aquello que pueda implicar una mejora de su negocio, al mismo tiempo que están muy abiertos a averiguar qué pasa en su entorno. Son buenos alumnos, y aprenden rápido: si encuentran una idea que haya demostrado ser exitosa en otro contexto, no tienen empacho en adaptarla y adoptarla.
Al igual que los emprendedores esforzados, logran buenos niveles de competitividad y calidad de servicio, pero a diferencia de aquellos, estos no se basan en su sacrificio personal –que siempre está presente- sino en objetivos claros y una organización eficaz y eficiente de las actividades.
Halcones y Perdices
¿A quién le toca volar alto? … Sólo a los halcones. En cuanto a las perdices, basta que sepan escapar de los perdigones. La cuestión es pues tener más halcones, entrenados para volar. Ese será el tema de nuestra próxima entrega.
1 comentario:
Simplemente excelente!!!
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