Esta serie de artículos comenzó con una provocación: las empresas uruguayas apuestan poco al crecimiento, y esto no es bueno. Luego entendimos que no era justo reclamar crecimiento a todos los emprendedores por igual, y dibujamos las características de los que efectivamente tienen más potencial. Y entre estos últimos, seleccionamos a aquellos dispuestos al desafío (pero se creen poco hábiles) y les ofrecimos una guía de viaje, unas recomendaciones de por dónde comenzar.
Pero, ¿qué hay de aquellos emprendedores que dicen no estar interesados en crecer? Nos intrigan los motivos por los cuales un emprendedor con potencial no querría crecer. Revisemos los argumentos de una conversación imaginaria con un emprendedor que no quiere crecer…
Menos es más
“Quiero tiempo para dedicar a la familia” es el argumento más sensible. ¿Quién se atreve a sugerir poner el negocio antes que la familia? Sin embargo, muchos de los que usan este argumento están haciendo trampa: aun antes de plantear cualquier crecimiento, sus jornadas de trabajo nunca terminan –no hay horas de cierre ni fines de semana, y no tienen planes de aflojar. Y cuando eventualmente consiguen ordenar el negocio principal lo suficiente como para liberar algo de su tiempo directivo, no lo reparten en dividendos de tiempo libre con su familia, sino que resuelven encarar nuevos emprendimientos, más o menos conectados con el emprendimiento principal. Su sueño del pibe es tener tres o cuatro negocios “que marchen solos”… si no fuera porque la tan ansiada autonomía suele ser evasiva, y finalmente el portafolios requiere tantas horas como antes requirió el negocio principal.
El argumento de “empresas grandes, problemas grandes” es similar. El emprendedor que elude hacer grande a su empresa pero al mismo tiempo se involucra en varios emprendimientos pequeños, olvida que aunque cada empresa sea de un tamaño “manejable” según sus limitaciones, la complejidad de gestionar la “corporación” es mayor que la suma de las complejidades.
Para testear este argumento, revisar la estrategia realizada, o “dime a qué dedicas tu tiempo y te diré cuáles son tus prioridades en la vida…”
Pero me va bien…
Nuestro emprendedor-perdiz suele ser muy prudente para temer a los desafíos del crecimiento, pero increíblemente optimista para creer que el agradable status quo en el que viven es sustentable. Es la maldición del ganador: prefiere ignorar olímpicamente las amenazas potenciales del mercado –gobiernos, competidores, clientes, tecnología– o asumir alegremente que podrá lidiar con ellas, si es que se presentan…
Cuando las reglas cambian, e inevitablemente lo hacen, el emprendedor-que-hizo-la-plancha se indigna, como si su posición previa fuera un derecho adquirido. La única prevención posible es cuestionar sistemática y críticamente la vida útil de las ventajas competitivas actuales; muchas veces el amor propio impide una visión objetiva, por lo que resulta de utilidad salir a obtener segundas opiniones –expertos, competidores, mercados, o directores externos– que ayuden a hacer patente las amenazas o debilidades.
Ya tengo $uficiente
No creemos que el desinterés por crecer sea conceptual, sino más una cuestión de un desequilibrio percibido entre los esfuerzos requeridos y los beneficios potenciales.
Una primera y muy trillada lectura es que probablemente se trata de alguien que domina la ambición humana y sabe reconocer cuánto es suficiente. Otro lugar común, y demasiado uruguayo, es la influencia de una cultura nacional que aborrece la ostentación de riqueza y aprecia el no sobresalir demasiado, so pena de ser puesto automáticamente en el banquillo de los sospechosos.
Una segunda lectura que proponemos es que el emprendedor en realidad cree que el precio del crecimiento –en esfuerzo requerido– no compensa su beneficio potencial. Examinemos ambos términos de esta desventajosa desigualdad.
En primer lugar, ¿qué significa “beneficios” para el emprendedor? Restringirlo a dinero, aunque sea mucho dinero, es algo miope. Las metas de la empresa son reflejo de las metas personales del emprendedor: sentir logro, recibir reconocimiento, generar plusvalía, dejar una huella… ¿Quizás sea tiempo de revisar si no han cambiado? ¿O de incorporar una dimensión más trascendente que hasta hace no mucho parecía algo fantasiosa?
En segundo lugar, sospechamos que los esfuerzos requeridos se sobreestiman, no tanto por su valor absoluto, sino en su comparación con las capacidades que el propio emprendedor cree tener. Intuye, posiblemente con acierto, que el crecimiento le pondrá desafíos de dirección y gestión para el cual no se siente preparado. Entonces le parece más fácil –y honorable– creer que no quiere aceptar esos desafíos: las uvas estaban verdes. Son buenas noticias. Si el problema final es que el emprendedor querría crecer, pero cree no saber cómo, hay una hoja de ruta disponible, con modelos, herramientas, y recomendaciones.
Una salida posible a este falso dilema es encontrar un nuevo equilibrio, más alto, que en lugar de requerir más esfuerzos, requiera unos diferentes, pero los multiplique. Esto significa que el emprendedor aprenderá a concentrar sus horas en las tareas que multipliquen su valor, por ejemplo liderar un equipo gerencial, o incorporar consejo de un directorio.
¿Y vender la empresa?
Vender la empresa propia como forma de escapar al dilema de crecer es siempre una opción tentadora. La venta representa la liberación final de las presiones a las que está expuesto el emprendedor, el canje de todas las incertidumbres del futuro por un tanto seguro en el presente, y hasta cierto reconocimiento, aun si se mantiene en privado, del logro del emprendedor.
La ironía es que muchos emprendedores simplemente no podrían vender hasta no crecer –en el sentido de formalizar sus procesos y estructuras– al menos para garantizar una operación decente sin la presencia omnipotente del fundador… La prueba ácida es preguntarse qué compraría el ingenuo comprador. ¿Una cartera fiel de clientes? ¿Una marca bien reconocida? ¿Unos activos que aseguran una posición competitiva ventajosa? Si los puntos fuertes no son relativamente independientes del emprendedor, no es una opción atractiva.
Tengo ganas, pero no quiero…
Si esta conversación simulada contribuye a que un solo emprendedor reconsidere su actitud respecto al crecimiento, y haga algo diferente como consecuencia, este artículo habrá valido la pena. Pero también respetaremos a quienes, después de analizar estos argumentos, simplemente resuelvan que crecer no es para ellos. Al menos sabremos que no fue un capricho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario